Short story - arthritis
Lo achacaba a la postura adoptada en su mesa de
trabajo y a su vida sedentaria…
El hecho es que siempre le dolía el cuello, la
espalda y las cervicales.
Esto último lo sabía hoy el doctor que le
atendió fugazmente en la consulta de la Seguridad Social. La cosa, al parecer, no tenía
remedio ni solución.
Solamente podría
encontrar alivio practicando la natación, relajándose, caminando al aire libre…
y con los masajes. iAh, los famosos masajes de los que siempre estaban hablando
sus compañeros de oficina a todas horas, entre bromas y risas! Él nunca les
prestó atención. Pero ahora su salud le
preocupaba.
Se interesó por los masajes, y un compañero,
solícito y sonriente, le mostró un periódico con decenas de masajistas
ofreciendo sus servicios. Jamás hubiera supuesto que existieran tantos
afectados por la artrosis. De otra manera, se decía, no se justificaría tanta
oferta de masajistas.
Probó con uno de los teléfonos reseñados en la
sección de anuncios y una solícita voz femenina le informó del horario: de
cuatro de la tarde a dos de la madrugada. Le pareció una exageración el horario
nocturno. Quiso saber el importe de antemano, pero la voz femenina le dijo:
“Eso lo aclararemos aquí, cariño”.
Le molestó un poco la confianza que se tomaba
aquella voz anónima, pero no le dio mayor importancia. Tomó nota de la
dirección y al día siguiente se presentó. La enfermera que abrió la puerta de
la consulta era muy atractiva. Él le explicó el motivo de la visita, el lugar
exacto de las molestias y ella no pareció inmutarse.
Le condujo a una salita, blanca, como un
quirófano, con su mesa camilla donde le hizo tenderse, boca abajo, tras
aconsejarle que se desnudara de cintura para arriba. Se quitó la chaqueta, la
camisa y la camiseta, esta última prenda con cierto embarazo. La señorita le
preguntó: “¿Servicio normal?”.
“Normal”, respondió él. Y durante media hora
aquella experta mujer hizo maravillas con los músculos de su cuello, con su
espalda. No parecía fatigarse ni abrió la boca. Entregada por completo a su
labor, concentrada, afanosa, hierática, profesional ciento por ciento.
Al finalizar la sesión, el paciente se sintió
tremendamente aliviado, relajado, satisfecho, feliz. Y la cantidad que la
experta masajista le pidió tampoco le pareció ninguna exageración. Le prometió
volver otro día. Ella le acompañó hasta la puerta amable y solícita. “Hasta
cuando usted quiera”, le dijo como despedida.
Y cuando el paciente comenzó a descender las
escaleras, la masajista tuvo un impulso irresistible y asomándose a la
barandilla de la planta, acertó a decir al cliente que se iba contento y feliz:
“Oiga, señor, perdone la curiosidad pero me gustaría saber una cosa: ¿es usted
policía?”.
Respondió con un no rotundo con la mano, casi
sin pararse en su descenso. En el portal, se detuvo a solas con sus
pensamientos y se preguntó: ¿Los policías tendrían descuento? Pero no le
pareció oportuno dar más vueltas a la cuestión.
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