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Tarea: lección veintiseis – El Misterio del Caminante Solitario (traducir)

Capítulo uno, parte uno:

Como cada día, don Ramón salió del portal de su casa a las cinco en punto. Y también como cada día, comenzó a caminar por su calle en dirección a la Avenida Principal. Una vez allí, giraría hacia la izquierda para tomar el Paseo de Colón, y las 5.25 estaría en el parque.

Su perrito Tommy saltaba a su lado moviendo la cola. A Tommy le gustaba salir a pasear cada tarde. En el parque, don Ramón le soltaba la correa y podía correr a su gusto. También jugaban con la pelota, y los niños se le acercaban palitos para jugar.

Don Ramón se detuvo un momento en el kiosco de la Avenida Principal, como cada tarde, para comprar el periódico. Luego siguió caminando tranquilamente. Sin embargo, nadie podía ver que don Ramón no estaba tranquilo. ¡Estaba muy nervioso! Su corazón latía agitadamente. Apretaba el periódico en su mano y mantenía los ojos bien abiertos.

La razón era el Caminante Solitario. Era don Ramón quien le había puesto este nombre. El Caminante Solitario era un señor de unos cuarenta años. Tenía una barba oscura, y llevaba una gabardina y un sombrero. Tanto si llovía como si hacía sol, usaba un paraguas negro como bastón.

A don Ramón le fascinaba el Caminante Solitario. Todos los días, el Caminante aparecía por el este, saliendo de la calle de la Merced, y todos los días también a las 5 y 32 minutos de la tarde. Don Ramón lo había comprobado con el cronómetro de su reloj. Ni un minuto más, no un minuto menos.

El Caminante Solitario se paraba en la fuente del parque a las 5 y 33 minutos. Tomaba un sorbo de agua, lo que le llevaba treinta segundos. Sacaba del bolsillo de su gabardina una pequeña bolsa de plástico con migas de pan y se las tiraba a las palomas. A las 5 y 35 de la tarde, terminaba de darles el pan a las palomas. Se dirigía entonces hacia el norte, hacia la Avenida de Castilla, y se detenía un momento en el semáforo del Paseo. Se ajustaba el sombrero y la gabardina, solamente un minuto y el semáforo se ponía verde para los peatones. Como siempre realizaba el mismo ritual, siempre disponía del mismo tiempo con el semáforo en rojo. Eran entonces las 5 y 37 de la tarde. El Caminante Solitario cruzaba entonces el Paseo a paso rápido, y se perdía en la lejanía en la Avenida de Castilla, siempre por la acerca de la derecha.

©This story is from Spanish Short Stories for Beginners published by the Language Academy

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