Capítulo dos, parte uno de nuestra historia
Tarea: lección veintiocho – El
Misterio del Caminante Solitario (traducir)
Capítulo dos, parte uno:
Al otro lado de la acera,
don Ramón respiró hondo y sonrió. ¡Lo había conseguido! Estaba siguiendo al
Caminante Solitario.
De repente sonó el móvil.
Don Ramón tardó una eternidad en encontrarlo en la chaqueta, pues si dejaba de
caminar para sacarse el teléfono del bolsillo, perdería el rastro del Caminante
Solitario. Finalmente encontró su móvil y miró la pantalla. ¿Quién le estaba
llamando? El nombre “Milagros” parpadeaba en la pantalla. ¡Oh, era su esposa!
Don Ramón trató de responder al teléfono. ¡Demasiado tarde! El móvil había
dejado de sonar. Ahora tendría que llamar de vuelta a Milagros.
Don Ramón suspiró y se
detuvo unos momentos. El Caminante Solitario caminaba a paso rápido, alejándose
cada vez más de él. Por eso, don Ramón pulsó rápidamente el botón de rellamada
en el teléfono. En el momento en que el móvil empezó a marcar, don Ramón
comenzó a caminar de nuevo a paso rápido. Al Caminante Solitario ya solo se le
veía el sombrero en la lejanía. Don Ramón tenia que hacer verdaderamente un
esfuerzo y apurar el paso si quería no perderle de vista. Con el móvil pegado a
la oreja, esperando a que Milagros respondiese, y la correa del perrito en la
otra mano, don Ramón avanzó jadeando, lo más deprisa que podía.
“¿Ramón?” grito la voz de su
mujer al otro lado del teléfono. Esta era una cosa muy típica de Milagros. Ella
creía que para hablar correctamente por el móvil, era necesario gritar para que
la otra persona la escuchase bien. “¿Ramón, eres tú?
“Sí Milagros, sí, soy yo,”
replicó don Ramón impaciente. Ya solo veía un trocito del sombrero del
Caminante Solitario, allá en la lejanía entre las otras personas que caminaban
por las calles.
“¡Te acabo de llamar,
Ramón!” voceó su mujer al otro lado de la línea.
“Ya lo sé, Milagros, ya lo
sé. Por eso te estoy llamando de vuelta. ¿Qué quieres, mujer?”
“¡Ay, Ramón! Es que no sé
qué le pasa a este móvil. Marco tu número y no respondes. ¡Pero, Ramón! ¿Me
escuchas? ¿Me escuchas, Ramoncín?”
“Que sí, mujer, que sí, que
te escucho,” replicó don Ramón, empezando a ponerse nerviosos. Empezaban a
resbalarle gotas de sudor por la frente. Le gustaría poder secárselas con un
pañuelo, pero era imposible: tenía en un mano el móvil y en la otra la correa
de Tommy.
“Ramón, se me ha olvidado
comprar el pan para esta noche. Y ya sabes que a mi sin pan no me entra la
cena. ¿Ramón, me escuchas?”
“¡Que sí, Milagros! ¿Quieres
que compre el pan?”
©This story is from Spanish Short Stories for Beginners published by the Language Academy
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